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29 diciembre, 2025Compartimos este reportaje de Heraldo de Aragón sobre un estudio que señala que la lactoferrina regula la producción de serotonina
Una proteína presente en la leche podría tener un papel inesperado en el bienestar intestinal. Se llama lactoferrina y, según un estudio de la Universidad de Zaragoza y el Instituto Agroalimentario de Aragón, puede ayudar al intestino a mantener su equilibrio regulando la producción de serotonina, una molécula clave que conecta digestión, inmunidad y emociones. Su hallazgo abre nuevas vías para entender cómo ciertos alimentos pueden influir en nuestra salud más allá de la nutrición.
El centro de control
Cuando pensamos en serotonina, solemos imaginar neuronas y emociones. Pero casi toda la serotonina del cuerpo, alrededor del 90 %, se produce en el intestino, donde modula la motilidad, la secreción y hasta la sensibilidad al dolor. Este sistema, conocido como serotoninérgico intestinal, es un verdadero centro de control del tracto digestivo y, cuando pierde el mando, aparecen las enfermedades inflamatorias intestinales. Es aquí cuando entra en escena la lactoferrina, una proteína natural de la leche.
Un equipo de la Universidad de Zaragoza ha descubierto que esta molécula puede ayudar al intestino a mantener el equilibrio, sobre todo en situaciones de inflamación. En los experimentos que se realizaron en un modelo experimental de colitis, la lactoferrina consiguió reforzar la actividad del transportador de serotonina, encargado de mantener sus niveles bajo control y reducir los signos de inflamación. Dicho de otro modo: la lactoferrina ayudó al intestino a ‘bajar el volumen’ de la señal serotoninérgica cuando la inflamación se desbocaba. Esta proteína tiene importantes actividades biológicas en el desarrollo del recién nacido y se puede aislar de la leche para utilizarla en productos especiales destinados a la mejora de la salud.
Este hallazgo abre nuevas perspectivas para entender cómo determinados componentes naturales de los alimentos pueden interactuar con los mecanismos que regulan la salud intestinal. En un momento en que cada vez se habla más del eje intestino-cerebro, esta historia recuerda algo esencial: lo que comemos no solo nos nutre, sino que también puede hablar con nuestras emociones, a través de un lenguaje químico compartido entre el sistema digestivo y el nervioso: la serotonina.
La publicación
- El artículo ‘Protective role of bovine lactoferrin in modulating the intestinal serotonergic system: Implications in intestinal inflammation’.
- La revista Journal of Nutritional Biochemistry.
- Autores Los autores pertenecen al grupo de investigación Efecto del Procesado Tecnológico de los Alimentos en las Patologías Digestivas y Alérgicas (Alipat), cuyas investigadoras principales son Laura Grasa y Lourdes Sánchez, y a los institutos universitarios de investigación IA2 e IIS Aragón. Autora principal: Berta Buey. Coautores: Inés Abad, Andrea Bellés, Marta Castro, Marta Sofía Valero, M. Pilar Arruebo, Laura Grasa, Lourdes Sánchez, Miguel Ángel Plaza, José Emilio Mesonero y Eva Latorre.
- Acceso abierto.
¿Qué pasaría si el intestino tuviera emociones propias?
Durante años se creyó que la serotonina era patrimonio exclusivo del cerebro, una molécula relacionada con el placer, el apetito y el bienestar, pero cuya falta se vincula a la depresión y la ansiedad. Sin embargo, el 90 % de ella se produce en el intestino, fabricada por células que detectan lo que comemos, lo que sentimos y hasta cómo se comportan nuestras bacterias. En la enfermedad inflamatoria intestinal, esa ‘fábrica de serotonina’ se descontrola: se libera en exceso, la mucosa se inflama, el tránsito se acelera, el dolor aumenta y el ánimo se resiente. El intestino parece entonces hablar su propio lenguaje químico, capaz de alterar tanto la digestión como las emociones. ¿Y si ese vaivén emocional que acompaña a estas enfermedades no fuera solo psicológico, sino una respuesta química nacida en las profundidades del propio intestino?
¿Puede una bacteria cambiar nuestro estado de ánimo?
Parece ciencia ficción, pero cada vez hay más pruebas de que el microbioma intestinal influye en cómo pensamos y sentimos. Algunas bacterias producen o degradan triptófano, el aminoácido a partir del cual fabricamos serotonina. Otras, modulan las células inmunitarias que vigilan la mucosa intestinal y deciden si algo es un aliado o una amenaza.
En las enfermedades inflamatorias intestinales, ese equilibrio se rompe: cambian las especies bacterianas, la serotonina se desborda y el sistema inmunitario reacciona de forma exagerada. La consecuencia no solo es inflamación o dolor, sino también alteraciones del ánimo, el sueño o el apetito. Comprender esta conexión microbiota-cerebro podría ayudar a tratar tanto la salud intestinal como la emocional desde una misma perspectiva.
¿Qué tienen en común un antidepresivo y un antiinflamatorio?
A primera vista, poco. Uno actúa sobre el cerebro y el otro sobre el intestino. Pero ambos convergen en una misma molécula: la serotonina. Los fármacos que aumentan su disponibilidad cerebral (como los antidepresivos ISRS), también actúan fuera del sistema nervioso central, especialmente en el intestino, donde la serotonina regula la motilidad, la secreción, la permeabilidad y la respuesta inmunitaria. De hecho, algunos pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal tratados con antidepresivos sufren menos brotes, dolor abdominal o ansiedad digestiva, aunque aún se debate si se debe a un efecto directo sobre las células intestinales o a una reducción del estrés y la inflamación sistémica.
Paralelamente, nuevas terapias antiinflamatorias buscan bloquear receptores de serotonina específicos del intestino para modular la inflamación sin afectar al cerebro. Tal vez estemos ante una vía común donde salud mental y digestiva se cruzan mucho más de lo que imaginamos.
Fuente: Heraldo de Aragón




